Odile
Una
furia que brava se asoma, desesperada se acerca, con su cabellera blanca,
despeinada; tornándose poco a poco en un tono oscuro lejano. Viene pisando
fuerte, con sus piernas locas que bailan cruelmente y sin compasión, como
insultando una letra más del alfabeto.
Recorre por encima de esos mares que se juntan
enamorados entre sí, danzando frenético sobre ellos. Venenoso: agitando los
vientos en su soledad. Girando, seguro de sí mismo, como asechando lo que mira.
Golpea esa tierra que ni siquiera sabe qué hacer.
La velocidad se marca y los noticieros
anuncian: “Odile toca tierra”. La fuerza del vendaval alimenta sus ropajes de
algodón. Un giro embravecido de un bailarín que impulsa y azota sobre esa
tierra. Inerte península que lo ve llegar y se agacha, nadie encuentra un lugar
donde esconderse. Niños, adultos, meseras, cocineros, taxistas y camareras.
Su necedad no tiene piedad, golpea con la fuerza de sus brazos descontrolados en el frenético baile, guardando el eco de la madrugada. Cristales, palmeras, techos y postes de energía eléctrica se esfuman. Quien lo recuerde lo hará toda su vida.
Esa pasión suya por destruir es como montar en
el lomo de un tigre, dentro de su oscuro ojo. Su cabellera con un color ya
ajeno: falsa calma, pausa y de nuevo gira; su descontrol sube de tono y su
danza alucina, furia húmeda que acerca el agua de sus lágrimas ansiosas.
Cuánta gente levantando sus cruces se aleja
entre el lodo cálido; nadie sabe, no lo dicen, pero las casas están derribadas
y la comida se ausenta, la precipitada multitud entra en pánico cuando la luz
del aferrado sol intenta asomarse y todo ha pasado. Ya no hay cristales y los
techos no resucitan. Algunos extranjeros piden clemencia, mientras que los
niños tienen hambre y sed.
No hay refugio alguno donde no se sienta temor
al nombre Odile: el danzante frenético que ha dejado huella en los puentes
rurales, carreteras, los desiertos y montes que repiten su nombre sobre verdes
hojas y cansados troncos.
La multitud asustada, derrotada, sin fuerzas,
baja la mirada; luego se levanta, revive y valora su existencia.
Nora Soto
¡Porque yo lo mando! Breve reflexión sobre los mandatos parentales
¿Y por qué? Preguntan los
niños repetidamente cuando empiezan a tomar consciencia sobre su entorno. ¿Por
qué el cielo es azul? ¿Por qué no debo acercarme a la estufa? ¿Por qué debo
abrigarme, si no siento frío? Cuestionan, porque aún no hay nadie que les
coarte ese derecho a curiosear.
Son los
padres, abuelos, maestros y otras figuras de “autoridad”, quienes se encargan
de ir apagando poco a poco ese deseo intrínseco del niño para cuestionar. Le
atribuyo en algunos casos a la pereza de buscar una respuesta adecuada; en
otros casos, a la ignorancia absoluta sobre el tema tratado.
Pero, más
grave aún si se da una respuesta automática, apegada sólo a la tradición: “Porque
siempre ha sido así”. Y es aquí en donde quiero detenerme un poco para
contar una historia que escuché hace un tiempo:
Una familia
cocinaba cada Navidad un guajolote al cual se le ataban las piernas con un hilo
de algodón. Por supuesto, se cocinaba con la receta de la tatarabuela
Ernestina. El ritual se había conservado por varias generaciones. La bisabuela
enseñó a la abuela y ésta a la madre.
La práctica se
replicó con exactitud de generación en generación. Sin embargo, una Nochebuena,
cuando la hija se disponía a preparar el tradicional guajolote que la madre le
había enseñado a cocinar, le preguntó: ¿Mamá, por qué debemos atar las
piernas del guajolote? ¿Existe alguna razón específica?
La madre no
supo qué responder, pero recordaron que existían unas cartas y telegramas de la
tatarabuela Ernestina. Esa misma noche las leyeron para descubrir un hecho
insólito. En uno de los mensajes, la tatarabuela le había escrito a su marido
lo siguiente:
Querido
Eulalio, los niños y yo te estaremos esperando para Navidad. Como siempre, te
cocinaré tu guajolote en mole rojo que tanto te gusta. Este año, tendré que
anudar las piernas al animal con hilo de algodón porque el horno de esta casa
es muy pequeño y apenas cabe. Por el postre no te preocupes, haré como siempre
ese arroz con leche que es tu favorito.
Te espero con ansias, Ernestina.
¿Acaso
tuvieron que pasar cinco generaciones para que apenas alguien se preguntara por
qué tenían que atarse las piernas del guajolote? ¿Fue casual que a ninguna de
las mujeres se le ocurrió que semejante práctica no alteraba en absoluto la
receta?
Con cierta
tristeza, concluyo que lo más probable es que ni siquiera se lo hayan planteado.
Porque es mucho más cómodo “hacer las cosas porque siempre se han hecho así”.
En especial si la orden viene de la madre o el padre, nos sentimos casi
culpables de poner en tela de juicio lo que ellos nos han enseñado.
Yo misma, tuve
una leve discusión con mi madre por hacerle algunos cambios a la receta del
caldo de camarón que tradicionalmente se prepara en mi familia con trozos de
tocino. Mi gran “atrevimiento” fue prescindir de ese ingrediente como una
adaptación más ligera y saludable, pero eso me valió un largo sermón por parte
de mi madre, así como un sentimiento de culpa temporal.
Por unos
momentos me sentí como si estuviera traicionando a toda la estirpe femenina que
me precedía. Luego entonces, me pregunto. Si esto ocurrió con una simple receta
de cocina, entonces ¿qué destino le espera a quienes se atreven a transgredir
más allá de las tradiciones familiares?
Hablemos de una
madre soltera, un divorcio, una pareja que decida no tener hijos, un hombre
dedicado al hogar, parejas con diferencia de edad, familias homoparentales, en
fin… la lista es larga de todas aquellas figuras que como diría mi abuela “se
salen del huacal”.
Si entendemos
un mandato familiar, como una especie de ley que impera en toda familia. Una
misión que condiciona tácitamente a desenvolverse y ser dentro de un “deber
ser” y no a ser lo que realmente “deseamos ser”. La felicidad es en lo último
en lo que se piensa.
En estos
momentos, es cuando me asaltan pensamientos de rebeldía. Citando a Arthur
Schopenhauer cuando define que “La rebeldía es la virtud original del hombre”.
Llego entonces a la conclusión de que, rebelarse a los mandatos parentales es
entonces nuestra única salvación.
Un grito al
mundo que nos defienda de una parte de nosotros mismos. Porque no podemos negar
que no estaríamos aquí si no fuera por nuestros padres, como tampoco seríamos
quienes somos. Pero, esa otra parte de nosotros debe renunciar a ese molde,
romper con él y crear uno nuevo. Yo diría, reinventarlo.
Inevitablemente,
esto me hace traer a colación la Teoría del Análisis Transaccional, en donde el
psiquiatra, Eric Berne propone un modelo de comportamiento desde tres estados
del “yo”. El primero es el estado del “yo niño”, el segundo, el estado del “yo
padre” y el tercero, el estado del “yo adulto”.
Siguiendo un
brevísimo repaso de su teoría, interpreto que cuando actuamos desde el “yo
niño”, la persona sólo actúa en función de la obediencia. Característica que
algunos calificarán de cualidad y a la que, por supuesto yo no considero sino
una mera forma de condicionamiento.
Cuando se
actúa desde el “yo niño” encontramos a la víctima perfecta para seguir los
mandatos parentales a rajatabla. Ya que lo más seguro es que la persona
confiará totalmente en los consejos, guías y hasta órdenes, bajo la ciega
creencia de que “Es por mi bien”. En todo caso: “Tú estás bien, yo estoy mal”.
Supongo que el
caso es contrario cuando actuamos desde el “yo padre”, en donde la persona se
convierte en el consejero, el guía, el líder. El capitán del barco que nunca
duda de cómo y cuándo ajustar las velas. El dueño del timón que no tomará el
parecer de la obra que gobierna.
El “yo padre”
puede ser asertivo o manipulador, pero en todo caso es capaz de transgredir el
bienestar del otro, con tal de que se haga lo que él considera que es lo
correcto. Escucho palabras contundentes como: Debes de… en nuestra familia
nunca… una mujer decente jamás… lo correcto es…
Los mandatos
parentales están plagados de este estado del yo. Mas, me pregunto ¿tenemos la
consciencia suficiente para advertirlo? ¿Acaso nos toman siempre por sorpresa?
¿O nos han llegado a edades tan tempranas cuando aún no hemos desarrollado del
todo nuestro pensamiento crítico?
¿Tanta fuerza
tienen las palabras de una madre o de un padre? Lo que sí es perceptible es ese
aire de sabiduría con el que nos quieren moldear: “Tú estás mal, yo estoy
bien”. “Porque soy tu madre”. “Porque soy tu padre”. “Porque yo lo digo”.
“Porque siempre ha sido así”. Aun si las respuestas no son convincentes.
A veces creo
que los padres únicamente replican aquello que aprendieron. Es decir, no siempre
logro ver una mala intención en querer imponer esos patrones de conducta,
porque es aquello que les es conocido. ¿Podría culparlos por eso? Es probable
que, en la mayoría de los casos, no.
Mis esperanzas
están por supuesto en el tercer estado, el “yo adulto”. Y es aquí en donde entiendo
que radica el verdadero amor. El amor propio, el autorrespeto. Ese lugar en
donde doy y recibo, en donde hablo y escucho. En donde quienes me rodean,
pueden tener una postura contraria a la mía y, sin embargo, la respetarán.
Me hace
recordar aquella frase de Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero
defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. Es el estado en donde encuentro
un nivel de madurez en las relaciones humanas. Principalmente porque se están
ponderando dos aspectos cruciales.
El primero, el
derecho a equivocarse. Y el segundo, la búsqueda de la felicidad. Sin duda
alguna, por erróneas que sean las decisiones de una persona, supongo que están
justificadas si de ellas tomó tazas enteras de aprendizaje con cucharadas de
felicidad, real o ficticia. Aquí, yo estoy bien, tú estás bien.
Personalmente
siento mucho más respeto por una persona que busca la felicidad, que una que
“obedece” a lo que el resto del mundo espera de él o de ella aun a costa de su
felicidad. Y aquí surge otra frase que viene muy ad hoc:
“Un verdadero
espíritu de rebeldía es aquel que busca la felicidad en la vida”. Henrik Ibsen
Si se ha visto
la película: “Como agua para chocolate”, se recordará el personaje de Tita,
quien sumisa, acepta el mandato familiar que dicta que ella, por ser la menor
de las hermanas, será quien deberá cuidar de la madre. Renunciando a los sueños
que tenía al lado de su novio Pedro.
Debo admitir que,
en su momento, tal planteamiento me pareció anacrónico. Hasta que conocí un
caso cercano en fecha actual. Me pregunto entonces, mientras las familias no se
cuestionen sus propias tradiciones, ¿esto seguirá vigente? ¿Hasta cuándo
estaremos preparados para poner límites?
¿Lo estaremos
algún día? No sé si es que creo o que quiero creer que las personas
alcanzaremos cada vez un mayor estado de consciencia. Si la cultura nos ha
deteriorado al grado de absorber nuestra libertad, es sólo consecuencia de nuestra
propia pereza. Hemos olvidado que somos poseedores de nuestros pensamientos.
Es sólo
cuestión de tomar la duda razonable como una bandera de movimiento. Regresar a
ser ese niño que pregunta: ¿Y por qué? ¿Quién lo dice? ¿En dónde está escrito?
Recordar que no estamos aquí para que la cultura nos influya, sino para influir
nosotros en ella.
Si dejamos de
usar el pensamiento crítico, por la razón que sea, normalmente por comodidad.
Entonces seguiremos transitando por la carretera de los patrones aprendidos.
Seguiremos sin cuestionarlos y como consecuencia, nos será muy difícil
cambiarlos para nosotros mismos o para abrirle camino a generaciones futuras.
Finalizo con una frase del
Subcomandante Marcos que me inspira a continuar con un ánimo ligeramente
rebelde, en la búsqueda continua por conquistar aquello que todos anhelamos: “La
libertad es como la mañana. Hay quienes esperan dormidos a que llegue, pero hay
quienes desvelan y caminan la noche para alcanzarla”.
Marliz Moreno Vázquez
HIMNO DEL ESTADO DE BAJA CALIFORNIA SUR
-CORO-
Es mi tierra Baja California Sur
la leyenda antigua y sureña,
un Estado Libre y Soberano
brazo firme, fecundo y creador.
Tus bellezas son de gran ensueño
armonizan sol, mar y desierto
son las Islas, el Golfo, las Sierras,
patrimonio de la humanidad.
-I-
Tierra ardiente que Cortés tomara,
con su pluma, navíos y espada,
¡Oh, Bahía de la Santa Cruz!
es de siglos tu fe, tu quietud.
San Francisco, arte de milenios
sus pinturas, rupestre misterio
qué grandeza el Arco Finisterra
une norte con sur, cielo y tierra.
-CORO-
Es mi tierra Baja California Sur
la leyenda antigua y sureña,
un Estado Libre y Soberano
brazo firme, fecundo y creador.
Tus bellezas son de gran ensueño
armonizan sol, mar y desierto
son las Islas, el Golfo, las Sierras,
patrimonio de la humanidad.
-II-
Superado el pasado de acecho,
de invasiones y piratería
luchas cruentas por soberanía
¡gloria al héroe su vida ofrendó!
Nuestro orgullo Sudcaliforniano,
cincelado en piedra imponente,
es cimiento y pilar del presente
y un futuro muy prometedor.
-CORO-
Es mi tierra Baja California Sur
la leyenda antigua y sureña,
un Estado Libre y Soberano
brazo firme, fecundo y creador.
Tus bellezas son de gran ensueño
armonizan sol, mar y desierto
son las Islas, el Golfo, las Sierras,
patrimonio de la humanidad.
-III-
Son Kino y Salvatierra gigantes
Loreto epopeya fundante
desde ahí la Misión es baluarte
de la unión, el progreso y la paz.
Un ideal fraternal fue logrado
con ahínco, lealtad y trabajo:
¡un Estado Libre y Soberano
siempre unidos con fraternidad!
Letra: Domingo Valentín Castro Burgoin – Música: Alfredo Clayton Hernández
Decreto 2566 publicado en el Boletín Oficial N°. 46 Extraordinario del Gobierno del Estado
de Baja California Sur de fecha 25 de septiembre de 2018.
Casa sola, colmada de libreros plenos
La soledad suele ser buena consejera, brinda tiempo para estar con uno mismo y disfrutar de
la buena lectura, pues como bien dijera Borges, uno es lo que es por aquello que ha leído… y
dicen que imaginaba su cielo, como una especie de biblioteca.
Paseando la vista por mis libreros, me encuentro con una
buena porción de obras sobre lo mucho que he andado y
vivido en el Occidente y Noroeste de México: los cuatro
estados que forman el contorno agreste del Golfo de
Cortés, este Bermejo mar que convierte en brazo diestro
nacional a la Península de la Baja California.
Por supuesto que tengo más de Jalisco, pues si en el
noroeste llevo una docena de años, de mi tierra ancestral
supero los 8 lustros, a los que habría que sumar más de una década en el altiplano de
Anáhuac, entre el Distrito Federal y su diadema mexiquense.
Pero no sólo conservo textos de mis andanzas por siete estados… pues
he ido mucho más lejos a través de la generosidad creativa de mis
autores favoritos: Matilde Asensi, Jeffrey Archer, Irving Wallace, Ildefonso
Falcones, Michael Crichton, John Grisham, Philip Margolin, José Manuel
García Marín, Álex Grijelmo, Armando Fuentes Aguirre, Estela Davis,
Juan Melgar, Paulo Coelho, Pérez Reverte, Ikram Antaki, Agatha Christie,
Erle Stanley Gardner, Ian Fleming, Harold Robbins y hasta Dan Brown. Sin faltar los clásicos
de Cervantes, Shakespeare, Camus y similares; pues sólo del Quijote, conservo 4 ediciones
de especial y muy diferente catadura.
Para pensar en profundidad y encontrarse con la esencias de uno mismo, vale la pena
filosofar más allá de religiones o creencias propias, quizá sólo por conocer cómo se mira al
mundo, con diferentes perspectivas y enfoques… entonces me encuentro con las obras de mi
amigo Cónsul de Israel, Marcos Shemaría Zlotorynski –cuyos diálogos del hombre con su
conciencia, presentara nuestro mutuo amigo presbítero, Armando González Escoto, a nombre
de Jesús de Nazaret– “El Pescador y tú”. Y por ahí me encuentro con Chopra o con Henri J.
M. Nouwen y sus “meditaciones ante un cuadro de Rembrandt”: “El regreso del hijo
pródigo” (paisanos ambos artistas, el escritor y el pintor).
Entre los de colección, están los de mi fratello Ildefonso Loza
Márquez García de Quevedo –el “Papólogo” tapatío– y sus
innumerables viajes a Roma y el Vaticano, desde aquella transmisión
radiofónica “vía cable submarino”, de la entronización del inolvidable
primer Cardenal mexicano, don José Garibi Rivera; y luego “ya
picado”, sus “78 días del 78”, con las historias y sucesos de todos los
Papas, desde Paulo VI a Francisco. Más tantos otros que tuvimos la
fortuna de editar con Grupo Modelo, como aquellas “Palabras que no se llevó el viento” (del
propio Ildefonso) o el de “Noticias del fraile de la Calavera”, de mi querida amiga y aguda
periodista Laura Castro Golarte, quien con tanta generosidad
me ha permitido disfrutar de mil y una de sus radiofónicas
“Buenas Noches Metrópoli”, entre versos propios y ajenos.
Y si no han leído la fina y aguda prosa poética de Guillermo
García Oropeza, es que no conocen Guadalajara. Él es todo
un “Guadalajarólogo”, fiel cronista de lo actuado por nuestro
mutuo amigo Eugenio y su patronato del mejor zoológico de
América latina (entre otras cosas); hay que leerlo, junto con
Yáñez e Ignacio Dávila Garibi.
Vienen los de nuestro muy querido decano en Tertulias Tapatías, don Alberto Orozco
Romero, los de don Enrique Varela Vázquez, los mil y un “bretes” del
Cura más alteño e incansable editor, el padre “Chayo”, así como los de
cada uno de nuestros contertulios. Y qué
decir de los compañeros más asiduos a
cada una de las etapas de Razón y
Acción (periodismo reflexivo y plural de
Jalisco para el mundo); como el siempre
presente en la FIL, Manuel Hernández
Gómez.
Si de “memorias” se trata, conservo “A la distancia”, de mi admirado jefe y Amigo don Jesús
Silva Herzog Flores, quien incluso hasta me permitió que “le enmendase la plana”; pero
también tengo “Sin querer queriendo” de Gilberto Gómez Bolaños “Chespirito” y
“Motivaciones para la locura” de “Chava” Flores.
Si de poesía se trata, tengo librero aparte; aunque una buena dotación se la llevó hace
algunos años mi hija Verónica… versos propios y ajenos, de Neruda, Sabines, Bécquer,
Benedetti, Nervo, Peza, Pita Amor, Enrigue, los Machado, Figuera, Borges, León Felipe,
García Lorca, Mistral, Urbina, Olga Freda y tantos más; pero de manera muy
especial, los “Jirones de mi vida” de don Constancio Hernández Allende,
con la invaluable dedicatoria de su hija y muy querida maestra mía,
realmente “con el corazón en la mano”.
¿Y qué podría decirles de las letras de mi querido y
admirado maestro y amigo, don Luis Sandoval Godoy?
Hijo predilecto de El Teúl zacatecano… allá donde “…Y la
luz se hizo…” Nunca encontraré palabras para
agradecerle la oportunidad que me brindó hace casi 50
años, con mis primeras letras en su revista
“Orientación”… y vaya, que entonces sí, hasta me creía “escritor”, en
esos años de adolescente, cuando escaso se te hace el mar, para echarte
un buche de agua…
De mi campo administrativo vale citar de manera muy significativa a
James C. Hunter y su Paradoja o a Tom Morris, primero con su
versión aristotélica de la gestión profesional, pero también con la
administración –¿por qué no?– desde la perspectiva de Harry
Potter.
Bueno, seré acaso un ratón de biblioteca, pero mientras el Señor me
permita el don preciado de la vista, tengo para leer y releer, toda
una eternidad. Vicio o afán que me heredó mi madre, y habrán de
perdonarme que tras leer, me dé por compartir lo que me va
quedando, y aquí en Razón y Acción, con la presente llego
precisamente a 500 semanas continuas… gracias mil –ante todo–
por la generosidad de su paciencia.
¡Seamos felices, por favor!, que la vida es como un barquillo con
nieve, fuera del refri: si lo disfrutas, se acaba, y si no, también…
Uriel Eduardo Santana Soltero
Peripecias del organillero don Isabel de la Rosa
Fue durante aquel verano paceño, cuando fueron citados a la
Comandancia de Policía para el día siguiente los cilindreros don Isabel de la Rosa y otro compañero. ¿La causa? En
un fandango ambos estaban tocando al mismo tiempo y eso estaba prohibido por la
Ley. Cuando los policías les notificaron esa falta, muy quitado de la pena uno
de ellos respondió: “Es capricho tocar
juntos”, y siguieron girando los manubrios de sus organillos, mientras los
contrariados agentes daban media vuelta para seguir haciendo su ronda.
Por
estas mismas fechas Isabel de la Rosa se quiso pasar de listo, y nuevamente fue
citado para el siguiente día por los guardianes del orden, pues lo
sorprendieron en un callejón obscuro divirtiendo a unos paisanos, mientras muy
inspirado arrancaba nostálgicas notas a su organillo después de las 10 p. m.,
hora límite fijada para que los músicos guardaran sus instrumentos.
Y la
mala suerte siguió sumándose al organillero, porque poco después en una esquina
del jardín Velasco, frente a la
todavía sin torres parroquia de Nuestra Señora de la Paz, esperaba que un
cliente le pidiera algunas piezas. Una señora de no mal ver salió del templo y
pasó por su lado, y ni tardo ni perezoso le dirigió unas cuantas palabras. Ella
no le contestó aunque dijo para sus adentros “¡Chula pistola cachas de lomboy!”,
y con fijo mirar siguió caminando sobre la calle Ayuntamiento.1
Al no
recibir respuesta el galán en ciernes, descansó su agudo mentón y anchas manos
sobre la parte superior del instrumento, para así, cómodamente seguir admirando aquel fascinante y blanco serpenteo, hasta
verlo desaparecer a la vuelta de una esquina de la calle Segunda.2
Este hombre acababa de
llegar de dar unas tocadas en la cantina del Sr. Victoriano Vivero, por la
calle Lerdo de Tejada, y después en la de don Andrés Verdugo, sobre la calle
Tercera 3 sur y Degollado. Se retiró su inseparable sombrerito de
fieltro, y se sentó a descansar un rato en una de aquellas bancas,
artesanalmente elaboradas con angostas tiras de madera, recostando sobre las
piernas el voluminoso aparato que pesaba más de 40 kg.
Y ante
el grato silencio bajo los árboles de tamarindo, él estaba pensando en visitar
la cantina del señor Justiniano Hidalgo, allá en Independencia y calle Octava,4
cuando sus planes fueron drásticamente interrumpidospor la iracunda, aunque bella mujer acompañada de un par de
policías, quienes de inmediato y sin mediar palabra lo remitieron a la cárcel.
Y ahí
va don Isabel calle abajo, flanqueado por los guardianes, cargando el organillo
a la espalda, tal como se estilaba transportar el instrumento, sólo que ahora
por la pena se sentía como cargando una cruz, conducido por una especie de
soldados romanos, que a cada rato le reiteraban el bien timbrado y consabido ¡Apúrele cabrón!
Afortunadamente
el Calvario de nuestro personaje no
fue muy largo, solamente caminó un corto trecho pues la Cárcel Municipal se
encontraba a dos cuadras, sobre la calle Primera.5 Ahí el alcaide le
informó que lo habían arrestado por decirle palabras obscenas a esa fémina. A
lo mejor esa joven con albo sombrero de ala ancha había “exagerado la nota”, y
el bonachón de don Isabel solamente le había lanzado un delicado piropo,
pero muy mal interpretado por tan delicada dama, situación por la cual tuvo que
pagar $1.00 de multa, y después de escuchar
una tediosa amonestación salió a seguir buscando el diario sustento.
En otra
ocasión iría hasta la cantina de don Justiniano Hidalgo y cambió de ruta. Al
dejar tras de sí las altas puertas de la prisión caminó media cuadra y llegó a
la esquina. Ese famoso cruce formado por las calles Primera e Independencia
representaba para los parroquianos una verdadera encrucijada, por la
diversidad de opciones que había donde beber cerveza, copas de mezcal, de
whisky Canadian Club y hasta
champagne Domcour;saborear unos taquitos dorados de agujón,6 o mejor todavía, tronchos de hígado de caguama
aderezados con limón y sal, y jugar también una partidita de dominó, pues ahí
confluían tres cantinas cuyos respectivos propietarios eran los Sres. Julio
Gallo, Francisco Díaz y Rafael Osuna.7
Esa tarde el organillero de
la Rosa recorrió estos lugares donde logró hacerse de una regular dotación de
moneditas de cobre, que bien le alcanzarían para comprar un morral de birotes,
conchitas, huaraches y chamucos en la panadería La Diosa Ceres, 8 esquina de calles Segunda e
Independencia, además don Apolonio acostumbraba obsequiar a sus clientes habituales con un buen pilón.
Cierta mañana, a esa
prestigiada panadería entró un perro de
respetuoso tamaño, caminar parsimonioso y mirar sombrío; el dependiente
Bernardo Quiñones al grito de ¡Úchale
chucho! y dar un leñazo sobre el mostrador, en su veloz y desesperada
carrera buscando la salida, chocó y quebró “un
cuadro de la puerta vidriera” que
tenía frente a la calle Independencia.
La policía ipso facto se lanzó en su búsqueda, y
después de seguir infinidad de pistas, montar hipótesis y de comprobar soplos,
a las 4 de la tarde efectuó un técnico lazado con un nudo corredizo, cambiándolo después por uno de cochi, y así trasladaron a prisión a
ese can antojado de pan.
Muchos parroquianos rehusaban
cooperar con el buenazo don Isabel porque, los rodillos de los organillos de
estos tiempos sólo traían grabados melodías europeas, tales como el vals El Danubio Azul
y la polca Champagne, compuestos por
Johann Strauss II. Cabe decir que el vals es originario del Tirol (Austria) y del sur de Alemania, mientras
que la polca nació en Bohemia.
Los investigadores de la música coinciden en que los primeros
organillos o cilindros, llegaron de Alemania a México a finales del siglo XIX,
como un regalo del gobierno germano al presidente Porfirio Díaz. Desde luego
que en nuestra “Ciudadde los
Molinos” había grupitos musicales que alegraban a los bebedores, especialmente
el formado por Juan
Nava, acompañado de José María Rodríguez, José Manríquez y Luis Pérez.
Esa
noche y las anteriores hubo varios acarreados a la cárcel por los siguientes
motivos: “Andar muy incorrecto”, “Algo
tomado de licor”, “Ebrio descompasado”, “Trastornado de la cabeza”, “Ebrio y
con imprudencias”, expresar “Palabras
fuertes en clase de altercado”, y jugando “Tirándose de manazos”. También fue a continuar su siesta en la
reja un “ebrio dormido en un sofá del
jardín Velasco” en calle Segunda, frente a Palacio de Gobierno.
Muy
cerca de Palacio, sobre la calle Ayuntamiento, el señor Moreno tenía la
cervecería El Coromuel. Eran las 6:30
p.m. cuando ahí entró un jinete, ya era mayor de edad, pero lo multaron porque
entró montado en su caballo a la cantina, tal como lo hacía en las
películas Miguel Aceves Mejía.
También las mujeres mañosas
tenían cabida en prisión: Doña Juanita fue detenida a las 4:20 p. m. “por haber estado ébria y expresándose con
palabras obscenas”en la calle
Primera norte. De igual manera, una señora llamada Cándida, que le hacía honor
a su nombre, fue detenida a las 7:00 p. m. por el policía Felipe González. Tal
vez por el agobiante calor esa dama es que andaba “alzándose los vestidos de una manera inconveniente, en la calle
Segunda, frente a la casa de la señora Concepción Vallejo.
Y vaya que el calor estaba
insoportable en La Paz de aquellos tiempos, pues un señor llamado José María
fue detenido a las 7:45 p. m. por el policía Dionisio Sández, “por haber estado completamente ebrio y en
calzoncillos, en el comercio del señor Von Borstel”, frente al jardín
Velasco.
Esta corporación policíaca era famosa por actuar
siempre de manera democrática; los animales no alegaban ni bebían mezcal pero
les gustaban las cenas gourmet gratis,
y a las 9:45 de una de esas noches, dos vacas tipo Clarabella con todo y sus becerros, que andaban paladeando las frescas
flores del jardín Velasco, fueron
encerradas en las caballerizas de la Gendarmería del Distrito.
Bien, eran las nueve de la
noche, y ya no le alcanzaría el tiempo al organillero para trasladarse a la
cantina de don Jesús Toledo, en la esquina de calles Hidalgo y Cuarta.9
Para terminar su jornada, esa noche de luna llena del domingo 2 de septiembre
de 1906, se dirigió a la cantina El Paso
de Venus, sobre la calle Segunda norte.
El lugar estaba poco
concurrido, solamente tres o cuatro parroquianos sentados ante la barra, y en
la mesa del fondo un anciano solitario platicando con la pared. Por encima de
la contrabarra acababan de colocar un
cuadro con una ilustración donde se apreciaba el Sol y el planeta Venus en su
recorrido.
Don Isabel preguntó al
cantinero propietario sobre la imagen, y el viejón don Pancho muy orondo le
contestó que, su nueva y joven esposa había nacido en el año 1882, fecha en que
por última vez se había dado el paso de Venus entre el Sol y la Tierra, y que por
ese motivo le puso tal nombre a su establecimiento.
Al no tener a quien tocarle,
don Isabel de la Rosa dejó recargado en un rincón el organillo. Su amigo Pancho
le obsequió una copa de mezcal
brandy, reserva familiar, elaborado por don Nabor Mendoza, dueño del
rancho El Oro.10
Entonces el regordete cantinero sacó un
descolorido folleto del cajón de la barra, y aclarando su garganta se dispuso a darle lectura.
— ¡Pon atención Isabel, cambias más de lugar
que una chacuaca enamorada! Allí va:
“El 3 de junio de 1769, en San José del Cabo, México, el
científico francés… no sé cómo se prenuncia este pinchi
nombrecito tan revoltoso (Jean-Baptiste Chappe
d’Auteroche), realizó unas importantes
observaciones en su telescopio sobre el paso de Venus. Él era un sacerdote, y falleció
en ese mismo lugar a los dos meses de haber realizado tal hazaña científica… el
próximo paso de Venus será el 8 de junio del año 2004…”
— ¿Y cómo la ves con estas
cosas de la cencia, Isabel?
— ¡Pos pa’ mí que ese padrecito aparte de muy aguzado era medio cabrón! -dijo el organillero- y empinó su copita
hasta el fondo.
— ¡No, no, medio era poco;
era cabroncito y medio el francesito!
— ¿Entonces le cairía una maldición y se lo cargó por
andar ispiando en el más allá?
— Nada de eso, decía mi tío
Antolín, el profe, que se murió del mal
de tripas el pobre. Y hablando de lo
mesmo; el próximo 8 de junio del año
2004, en honor de mi mujer cocinaré un borrego en barbacoa.
¡Quedas
cordialmente invitado!
— ¡Muchas gracias Panchito, pero ese día no podré salir pa’ la calle!
Sergio Ávila R.
AHPLM ARCHIVO HISTÓRICO “PABLO L MARTÍNEZ”, La Paz, B.C.S.
1 Actualmente calle 5 de mayo.
2 Actualmente calle Francisco I. Madero.
3 Actualmente calle Revolución de 1910.
4 Actualmente calle Valentín Gómez Farías.
5 Actualmente calle Belisario Domínguez.
6 Al Marlin se le llamaba Agujón, hoy se le dice Picudo.
7 En el edificio donde estaba la cantina La Luz del Día, propiedad del Sr. Rafael Osuna, al transcurrir del tiempo se convirtió en la deliciosa nevería La Flor de La Paz.
8 Don Apolonio Casillas era propietario de la panadería La Diosa Ceres; padre de una joven de 17 años, quien después sería la Mtra. Concepción Casillas Seguame.
9 Actualmente calle Aquiles Serdán.
10 En la Exposición Universal de Chicago en 1893, don Nabor Mendoza recibió Diploma de Honor por su producto Mezcal Brandy.
Deseo
Miedo de tenerte cerca
de sentir tu tibio cuerpo
tomar valor para hacer
lo que tus ojos me piden
lo que tu olor me provoca
cuando tu boca cerrada
calla lo que tu mirada grita
apenas un suave roce
acariciar tu cabello
si logro tocarlo un día
si puedo mi mano hundir
en ese rio caudal negro
empezaría la locura
con furia inevitable
¿Acaso me atrevería
temblando llevar mi mano
hasta tus labios?
abrirías tu boca un poco
loca ya sin conformarme
olas de fuego en vaivén
al mirarnos a los ojos
quiero beberme tu miedo
y comer tu piel prohibida,
anídate entre mi pecho
deja volar tu deseo
despacio, fuerte, sin freno
tanto, así como lo quieres
en tus más húmedos sueños.
Mónica Sánchez
Los Carpiaritos
En ese momento asocié “carpiaritos”
con la expresión “carp”, como un prefijo de “carpintería” debido a su fonema.
La carpintería conforma un universo conocido por mí; ya que uno de mis hermanos
fabrica muebles artesanales, durante su tiempo libre y en algunas ocasiones,
también yo me sentí a gusto al sostener una tablita o aplicar pegamento sobre
la misma, mientras comentábamos lo vivido esa semana.
Hasta allí, mi disertación sobre
la madera porque Mair me interrumpe abruptamente. Para mi asombro, me explica
que no existe vínculo alguno entre tales palabras. Desde su pensamiento
cosmogónico me dice: ¡Que no es así señora! Y respirando profundamente,
enfatiza que “Carpiaritos” debe pronunciarse con cautela, para no invocar
fuerzas sobrenaturales y a la vez, desconocidas.
Al instante, me percato de la seriedad con la
cual maneja el tema al comprobar que ya no sonríe y observo un cambio en su
semblante. Ella, quien es una joven agraciada, soñadora y dueña de una
particular sonrisa; tiene la frescura de sus 20 años. En este momento el tema incita
mi curiosidad cuando Mair me pregunta si me gusta la sal, le respondo con una
detallada exposición sobre las consecuencias del consumo excesivo de la sal y
los beneficios que aporta su ingesta cuando lo hacemos moderadamente. En la
cara de Mair se dibuja el desconcierto, descubro que esa no es la respuesta
esperada. Y a renglón seguido me increpa:
-¡Señora a usted no le gusta la sal! ¡Se la van a llevar los Carpiaritos!
Lo dice con semblante de
preocupación y su convicción es tan patente, que me siento culpable por su
estado de ánimo. Entonces muevo mi silla hacia su lado derecho y le digo con
interés auténtico: Por favor, cuéntame más acerca de los Carpiaritos.
Mair eleva su mirada, en un gesto
de súplica celestial, al tiempo que se arma de valor para resolver mi
ignorancia.
-¿Señora le digo cómo son ellos?
Se presentan de manera sigilosa sin que usted los llame, son pequeños como
enanitos de Blanca Nieves, usan unos grandes sombreros, tienen los pies largos
para plantarse bien y su cara tiene rasgos amistosos. Como le digo una cosa, le
digo otra, ellos se enamoran de las personas y persiguen al “suertudo”, se le aparecen,
le ofrecen regalitos, baratijas y le
sonríen para luego desaparecer.
-Gracias Mair, es una descripción
clara y precisa, la cual me facilita el conocimiento de los “Carpiaritos”, tanto que me permito hacer
un símil con los Duendes citados en los relatos antiguos. Tengo la sensación
que sabes mucho acerca de ellos. ¿Los
has visto en algún momento?
-¡Zape gato! No los he visto y no
quiero verlos. Le aseguro que existen porque mi primo Juan nos contó la manera
cómo se libró de ellos y nosotros lo vivimos con él.
Todo comenzó cuando mi
primo estaba sentado a la orilla del río, pensativo, buscando en su cerebro una
solución para detener el deslave del terreno donde se asienta la casa de mi tío;
ya que la creciente ocurrida durante el invierno de ese año fue mayor que la
anterior; la fuerza del agua erosionó todo el borde de tierra.
Ahora imagine usted que Juan está
a la sombra de un árbol de mango, comiendo su almuerzo, como siempre con poca
sal. Con la preocupación por arreglar las bases de la casa, no advierte el
movimiento de las hojas, así como el silbido del viento. Cuando súbitamente, siente
una mano sobre su hombro izquierdo, se sobresalta porque cree que está solo. Se
mueve y gira la cabeza para mirar a una joven diminuta que le guiña un ojo. Mi
primo espantado le dice: ¿De dónde saliste, qué buscas?
La joven sonriente le responde:
Soy una “Carpiarita”, vivo cerca, delante de ese árbol, pasando el río; puedes
llamarme Carpi. Te veo siempre cuando te sientas aquí, hoy vine a decirte que
me gustas mucho y estoy enamorada de ti.
Mi primo percibe un fuerte aroma
a incienso y como es alérgico a ese tipo olores, le da un mareo y pierde el
conocimiento. No tiene idea del tiempo que permaneció inconsciente, pero
recuerda que escuchó una vocecita a su lado; era Carpi. Con esfuerzo se levantó
y caminó desde la habitación a la puerta principal, Allí tomó conciencia del
ambiente, con inquietud reconoció que no estaba en la casa paterna. Se armó de
valor y confrontó a la joven.
-Debo volver a mi casa, ¡No tengo
deseos de estar aquí!
La vocecita le dijo:
-Ahora esta es tu casa Juancito. ¡Vamos
a ser muy felices!
Juan desconocía el tiempo que
llevaba al lado de Carpi. Tampoco sabía que nosotros, su familia, lo buscamos
afanosamente, sospechamos que había caído al río y formamos cuadrillas de
rescate para sacarlo del agua.
-Mair es lamentable lo que
vivieron ustedes, ¿cómo salió tu primo de ese trance?
-Bueno todo tiene solución porque
mientras haya vida, hay esperanza. Nosotros teníamos el pálpito de que Juan se
mantenía con vida y seguimos buscándolo;
entre otras cosas porque lo conocemos,
sabemos que es un hombre fuerte, muy inteligente y no se acobarda ante nada. ¡Por
eso, la “Carpiarita” se enamoró de él!
Es importante señalar que a petición de ella y
con agua del río, Juan la bautizó con el diminutivo “Carpi” Pienso que este
hecho contribuyó para que él pudiera librarse de ella. La joven le dijo que podía llamarla así, lo cual me causó mucha
gracia y le dije que era un igualado. Sin embargo, entendí su posición desde mi
empatía con él, debido a la posición de rehén en la cual ella lo mantenía.
Juan nos detalló la forma más
acertada para desencantar a Carpi, también pensó que sería útil para alcanzar su libertad. Recordó que la
abuela nos enseñó a remediar los temidos encuentros con los “Carpiaritos” Entre otros recursos: Rociar la habitación
con sal fina y hacer una cruz con sal gruesa, colocar ajo alrededor de la cama,
comer los alimentos en ambientes antihigiénicos
y con modales grotescos. La razón es porque ellos son bien aseados y les
desagrada la imperfección y lo ordinario. En consecuencia, cuando Carpi le ofrecía alimentos, mi primo aplicaba sus
malos modales, hasta que ella vivió la fase triste de su amor y lo retornó a la
orilla del rió. Mi familia y yo nos alegramos muchísimo por el regreso de mi
primo a la casa y la abuela ha puesto en práctica sus remedios anticarpiaritos.
-Mair es interesante conocer la historia
de tu familia, asimismo, es admirable ver como la actitud de tu primo Juan determinó
su victoria ante tales circunstancias.
– Estamos seguros que es así. Como le digo una cosa le digo otra, de acuerdo a la experiencia de mi primo, le recomiendo que agregue más sal a la comida porque su comida está desabrida, como acostumbraba comerla él. Por su bienestar y para evitar que se la lleven los “Carpiaritos” tiene que cambiar ese hábito. Particularmente. No me gustaría formar parte de los grupos de rescate para buscarla, sólo porque insiste en comer sin sal.
Mirna Sifontes de Márquez.
San Javier un pueblo misional de Baja California Sur, a 320 años de su fundación
San
Francisco Javier fue un relevante misionero
jesuita nacido en el año de 1506 y fallecido el 3 de diciembre de 1553 (día en
que se le venera en este bello lugar), miembro del grupo precursor de la
compañía de Jesús, es decir, la de los jesuitas, y estrecho colaborador de su fundador, Ignacio de
Loyola, se destacó por sus misiones que se desarrollaron en el oriente asiático
y en el Japón recibiendo el sobrenombre de Apóstol de las Indias.
Cuando
se conseguían curaciones milagrosas, él consideraba que esto se debía a otras
causas y no a su santidad, o a su poder de intercesión, razón de más para que
en marzo de 1622 fuera
canonizado, es decir, declarado santo, en el mismo momento que el fundador de
la orden jesuita, Ignacio de Loyola.
Una de
las mandas más veneradas y cumplidas por los creyentes católicos de Baja
California Sur son en honor al santo patrono de San Javier, a quien a veces se
le agradece su milagro con una peregrinación a pie o a caballo por los casi 37
kms de camino que se hacen desde la carreta hasta la entrada del templo. Este lugar de adoración se encuentra ubicado en las
inmediaciones de la Sierra de la Giganta, en una de las misiones que
originalmente fue erigida para cristianizar a los antiguos californios a través
de un proceso conocido como misión aquella institución religiosa que durante el
periodo colonial se encargó de de cristianizar a los nativos cuyo fin
primordial era que los indígenas aprendieran a vivir por su cuenta a través de
una educación, el aprendizaje de la agricultura y la ganadería, la doctrina
cristiana y que fueran económicamente útiles al reino español. Para el caso la península de Baja California fue el
único medio con el que se pudo lograr su colonización a finales del siglo XVII
pues hasta entonces todos los intentos de penetración europea fueron sendos
fracasos.
Un primer antecedente misional lo tenemos en el año
1683 cuando el Padre Misionero Eusebio Francisco Kino dirigió una
expedición evangelizadora que llegó costeando el Mar de Cortés hasta San Bruno,
cerca de Loreto, y desde esa estación misionera la expedición se abrió paso
poco a poco a través de la rocosa sierra hoy conocida como la Giganta, a los
cuatro meses de iniciada la exploración el Padre Kino alcanzó finalmente las
costas del Mar del Sur (Océano Pacífico), se logró el primer acercamiento con
los nativos. Pero en San Bruno las condiciones climáticas no fueron
favorables por lo que el gran sueño de
Kino se evaporó.
Sería
hasta 1697 cuando un pequeño grupo de europeos y gentes de la Nueva España,
pusieron nuevamente pie en la península para intentar fundar allí misiones entre
los nativos a los que ya les comenzaban a llamar californios. El día 19 de
octubre de 1697, ese reducido grupo a las órdenes del padre jesuita Juan María
de Salvatierra desembarcó en la bahía nombrada San Dionisio en un lugar al que
los nativos (de lengua cochimí) llamaban Conchó, que significa mangle colorado
y tomaron posesión del lugar que andando el tiempo se llamaría Loreto. El día
25 de octubre llevaron en procesión solemne la imagen de la Virgen de Nuestra
Señora de Loreto, en ese ritmo de fe, proclamaron esa tierra como territorio
español.
Una
vez fundada la misión de Nuestra Señora de Loreto y hacer inspecciones de
reconocimiento tierra adentro, se comenzaban a buscar o identificar lugares
propicios para las nuevas fundaciones misionales, es decir, que contaran con
algún represo de agua y tierras más o menos fértiles para la agricultura, y
algún pastizal para la cría de ganado caballar y mular. Así, La misión de San Francisco
Javier fue fundada por el padre misionero jesuita Francisco María Píccolo el 11
de mayo de 1699, quien llegó al sitio llamado por los nativos Viggé Biaundó, que hace referencia a la
gente que vivía en lo alto de la montaña, en compañía de soldados e indios
nativos provenientes de la recién fundada misión de Nuestra Señora de Loreto.
Se dice que los indios
californios de la etnia cochimí los recibieron gustosos y después de permanecer
allí durante algunos días se retiraron para regresar poco tiempo después con el
objeto de construir una capilla provisional y rústicas habitaciones. La capilla
fue terminada ese mismo año y fue bendecida por el padre Juan María
Salvatierra.
Para 1701 le tocaría al padre
Juan de Ugarte continuar con la recién fundada Misión de San Francisco Javier dados
sus conocidos talentos en agricultura. Una vez que llegó a la misión comenzó
con los cultivos de maíz, trigo, fríjol, caña de azúcar, uvas y árboles
frutales. Para su riego construyó canales y piletas de piedra para conservar la
escasa agua del lugar. El padre misionero introdujo al lugar también la crianza
de animales domésticos como caballos, vacas y mulas.
A la muerte del padre Juan de
Ugarte en el año 1730 en la misión que tanto quiso, lo reemplazó el padre
misionero Miguel Barco, quien diseñó e inició la construcción definitiva de la iglesia
en 1744, misma que duró catorce años en construcción, debido a la dificultad
que hubo para acarrear la piedra del arroyo de Santo Domingo y, por otra parte,
por la escasez de artesanos especializados, como: maestros de obra, albañiles y
carpinteros. Edificada totalmente de cal y cantera. El conjunto arquitectónico
incluyó la sacristía, una bonita fuente y jardines exteriores, cementerio y
casa para el misionero. Se logró concluir la obra en el año de 1759.
El establecimiento de San Javier, dio origen a la
construcción del primer camino en la península. A partir de su fundación,
inició un lento proceso de exploración y expansión del régimen misional, con la
fundación de nuevas misiones. El contacto con los indios naturales, permitió a
los misioneros adentrarse en las serranías de la Giganta, el dificultoso
tránsito entre matorrales y cauces de arroyo, paulatinamente se fue
trasformando en un angosto camino de herradura. La construcción del Camino Real
se realizó a mano, los misioneros, acompañados de unos cuantos indios
evangelizados, nivelaron poco a poco, una escabrosa ruta para comunicar a las
primeras misiones californianas de Loreto y San Javier.
El Camino Real inicia en el poblado de Loreto,
atraviesa parte del arroyo principal del pueblo, hasta adentrarse en la Sierra
de la Giganta, hasta la antigua región de Biaundó.
Atraviesa el poblado de San Javier, con dos claros marcadores, el monumento de
piedra denominado Cruz del Humilladero y la misión de San Francisco Javier Viggé Biaundó. Esta misión y, esta traza del
camino daría, continuación para la fundación de algunas misiones más como la de
Santa Rosalía de Mulegé, San José de Comondú, La presentación y Los Dolores.
De todos los templos misionales
de Baja California Sur, el de de San Javier
es uno de los originalmente mejor conservados, “Joya de la arquitectura
californiana”, así lo consideran muchos de los arquitectos y especialistas que
han realizado estudios al respecto, o que han conocido los templos que fundaron
los misioneros jesuitas, franciscanos y dominicos a lo largo de la ruta de las
misiones, que va desde San José del cabo hasta el norte del actual estado de la
Alta California, en Estados Unidos.
La iglesia de piedra, se
mantiene aún en su estado original, contienen un retablo dorado con cinco
óleos, traídos desde la ciudad de México embalados en cajas; estatuas de San
Francisco Javier y Nuestra señora de Guadalupe y un crucifijo, todos del siglo
XVIII. Dos de las campanas llevan la fecha de 1761 y la tercera de 1803.
La obra de los jesuitas,
durante los setenta años que permanecieron en San Javier, se ve reflejada en
las aportaciones culturales relevantes, enseñando a los nativos técnicas y
procedimientos útiles para su mejoramiento como: agricultura, albañilería,
construcción, carpintería, viticultura, vinicultura, industrialización de la
caña de azúcar, elaboración de dulces en conserva, ganadería, curtiduría,
talabartería, elaboración de queso, artesanías, medicina naturista y primeros
auxilios.
Gran parte de los cultivos que lograron adaptarse,
se convirtieron en elementos culturales de la identidad regional. El dátil, el
olivo, la vid, el higo, los cítricos y la caña de azúcar, entre otros, forman
parte de la dieta diaria de las comunidades tradicionales y constituyen,
además, la materia prima de dulces, conservas, aceitunas, aceite de oliva y
vinos, que aún son elaborados en los pueblos y ranchos, con métodos
tradicionales que son transmitidos de generación en generación.
Las obras hidráulicas de la misión de San Javier son
hoy monumentos históricos, las pilas y acequias del pueblo, fueron construidas
en el siglo XVIII y hoy en día, junto al olivo ya tricentenario continúan
irrigando las huertas en las que se siembra como entonces el olivo, la vid y
diversos frutales.
Es pues, por todo lo expresado, que la misión de San Francisco Javier, fue pieza
fundamental del proceso de colonización de las Californias. Sus habitantes
conservan y veneran, hasta la fecha, el majestuoso templo, así como tradiciones y costumbres centenarias, heredadas
de esos perseverantes misioneros y de los colonos que los acompañaron desde
1699 cuando entraron por primera vez a la cañada de Viggé-Biaundó. Todo esto lo hace un patrimonio histórico,
invaluable, que, comprendido cabalmente por los naturales de este hermoso
lugar, les ayuda enormemente para fincar su identidad y afirmar que son parte
de estos Californios. Un pueblo pequeño pero enorme de historia.
Definitivamente San Javier cautiva no solo por su belleza natural sino
porque es un lugar emblemático que nos transporta con lo más puro de la
imaginación hacia los siglos antiguos, cuando la pitahaya era el alimento más
codiciado, cuando los olivos centenarios, eran apenas plantados por los
misioneros y cuando se ponían las primeras piedras para levantar tan majestuoso
monumento.
De acuerdo con el santoral se le dedica el día 3 de diciembre para
honrarlo y recordarlo motivo por el cual se ha instituido “La Fiesta de San
Javier” que conjunta actividades religiosas, culturales, recreativas y
deportivas. Sin embargo, es importante rescatar también el festejo de la
fundación de la misión, pilar de este pueblo, y que sea una tradición anual, ya
que ha trascendido a lo largo de los años como un lugar que ha mantenido
intactas sus costumbres, herencia de esos misioneros luchadores que recorrieron
regiones inhóspitas y que un 11 de mayo, pero de 1699, erigieron lo que hoy es
San Javier Viggé Biaundó, lugar que se
embelesa y con nostalgia se sienta en espera de los tiempos.
Dr. Luis Alberto Trasviña Moreno
Algo de Sudcalifornia
Entramada en los giros de la literatura medieval,
Garci Ordoñez de Montalvo (1450-1505), en su obra las
Sergas de Esplandián (1510) en el Siglo XVI. Daba a
conocer en la península Ibérica, una Ínsula California, la que
ha conservado el nombre California hasta hoy.
Sitúan tu cuerpo en una geografía
lejana por el sueño de un caballero. Saladas
aguas pulen tus esteros e islas. La sombra
de cardones y el breñal se dibujan en tu
suave alfombra de arena, día y noche. A tu
contorno sinuoso lo sigue el mar que lame las
playas. Tu piel guarda las venas del paso de
ríos secos y en su entraña corre el agua
como potro desbocado. Palpita el corazón de
los pozos y la transparencia líquida apaga la
sed. Guardas como niña, fósiles como
recuerdo. Testimonios del paso de amonites
y saurios, que vivieron placidos en tu paisaje,
hace milenios.
Calafia
Bruñida por el sol y el agua, la
amazona solitaria, a grupa de su Grifo,
trasmonta las dunas del paisaje, el que
amanece con un horizonte niño cada día.
Calafia, llega a la playa y mira el mar que
golpea furioso las rocas de la costa
acariciando su contorno arenoso y suave con
manos de agua y dedos espumosos. Ella ha
permanecido en la ínsula como una leyenda y
se ha quedado hasta hoy en el imaginario del
pueblo sudcaliforniano.
Pericús, Guaycuras y Cochimiés
Disfrutaron la sombra bajo hojas de
palmeras en horas calcinantes. Los frutos de
los cardones endulzaron su boca y los
humedales apagaron su sed. Enterraron a
sus muertos en bolsas de piel de venado y
dejaron plasmadas en lajas enormes, flora,
fauna y su imagen personal en color blanco,
negro, y rojo, en la hoy llamada Sierra de San
Francisco. Testimonios de su alma sensitiva y
fértil entorno, hoy presentes a pesar del
tiempo. Ellos gozaron el inmanente cielo
negro, tachonado de miríadas de estrellas.
La conquista.
El palmar se mece al ritmo de la brisa,
acoge ingenuo las pisadas de conquistadores
en sus cálidas arenas. Corceles, cañones,
espadas y atronadoras armas, masacraron tu
libertad y aplastan los intentos de
salvaguardar tu lar. Mientras, el viento
ingenuo silba entre el breñal y se perfuma de
tus flores que coronan cardones vestidos de
espinas.
En la soledad del semidesierto, hacen
el amor… miedo y deseo. Nacen tus hijos a
pleno sol, acunados en cálidas arenas.
Culturas distintas, se cobijan bajo el embozo
de tu firmamento.
Las misiones
Llegan a imponer su dogma
misioneros, sucede el milagro… la palabra
divina, se expande por tus dunas y los
Jesuitas y Franciscanos enseñan artes y
aprenden artes de tu pueblo. Tus misiones,
son la columna vertebral a lo largo de tu
cuerpo, fueron erigidas por tus hijos con
sangre, sudor y lágrimas, a semejanza del
sufrimiento de ese Dios, que les promete el
perdón de los pecados y la vida eterna.
Los ranchos
Cerca del humedal y entre el breñal,
corre el olor de las pitahayas dulces en pleno
semidesierto. El rancho apaga su sed
alimentándose del agua de tu vientre. Las
parras trepan los techos, caen las uvas y se
embriaga, el huerto. También se aroma el aire
con olor a damiana y albahaca en los campos
preñados en el Valle de Santo Domingo,
latido de tu corazón en pleno semidesierto.
El ranchero
Curtido por el sol, prepara sus arreos
de caza para su supervivencia, el ágil venado
no es más rápido que su puntería. Su alma de
artista, crea piezas de su piel y cornamenta, y
degusta su carne envuelta en tortillas de
harina palmeadas a mano con manteca y
leche de vaca o cabra. Hace panocha de gajo
de la miel de caña, pitahayas, higos, dátiles y
queso fresco, así se alimentan sus días.
Sus manos creadoras, diseñan su
particular vestimenta y los avíos necesarios
para protegerlo del cruel y espinoso entorno.
Elabora su cuera o traje (curtiendo la piel de
animales), y también lo necesario para
proteger su cabalgadura, al realizar sus
labores con el ganado. La silla de montar,
chaparreras, botas y el sombrero (entre otros
objetos), ayudan su labor protegiéndolo de la
flora y fauna de la región y ante el extremoso
clima. Esta tradición del modo de vida del
paladín sudcaliforniano, continúa presente
aún hoy.
Hasta aquí, una brevísima mirada del pasado de la bella y siempre sorprendente Sudcalifornia.
Leticia Garriga
Madre de mi guarda
I
Hay en el teléfono un monólogo de prisas.
Escucho una voz como lejana.
Como agua caediza por las ranuras del tejado.
Allá, la hoz cercena cuanto callo.
Silencios. Sollozos. Bendiciones.
La memoria se estrella cotidiana.
Algo dice de la sangre que corre en el pasillo.
Que estalla y pide y ríe y cambia los canales de la tele.
Se entusiasma con sus nietos al oírlos.
Atrás quedan las transfiguraciones del día.
Los recuerdos. Los fantasmas. Navidades. Años nuevos.
Las ventanas pletóricas de ojos inculpables.
Es tan fácil olvidar a los caídos en guerra.
A los que ya no hoyan las hojas este otoño.
Al padre ocurrente que fue nuestro poeta guía.
Su rezo ayuda a escapar tantito al marido que todo lo sabe desde
el cielo.
Desde las nubes de un eterno solsticio.
Ella vigila concisamente se cumplan las leyes de la fe. De las
creencias.
Habla entonces de repulsas, agradecimientos y lecciones
que nos ajustan la desidia y los confines de los dientes.
Sobre la mesa se ciñe artificiosa la meta del dolor.
Mi Madre, convertida a fuerza en inmigrante,
descubrió la sequedad de la carretera hace diez años.
Hay en el teléfono un monólogo de prisas y de adioses y te
quieros que atragantan y que asfixian.
II
«Cállate los ojos. Levántate. Desanda la
mañana, pregunta: a dónde fueron todos. No
dejes nada comenzado, sublima a la espada en
la piedra. Eres pobre hombre, arráncate los
ojos reiteradamente, ronda y vuelve a
empezar tu oficio: parte. Hacia ningún lado,
pero parte.»
[8]
III
Una flor despepitada es la memoria.
Recuerdo a un amigo y un carrito de remolque
y caminitos en la tierra con las manos
en las mañanas frías de febrero —cosas
importantes para un hombre—. Pido tiempo y retrocedo:
busco piedras y cachoras para jugar a los tiranos.
Mis ideas se hacen gelatina, no literatura
ni reparos. Las ganas se componen
de gusanos. Y de baba de pericoperro.
La vecina, una vieja amorosa y colorada
pone huevos varias veces al día
—ambarinos—. Los contempla
de veras, orgullosa de su estirpe. Es una hormiga
torva y diva, apenas frunce el ceño, floreado
muy floreado. Y ni se inmuta.
IV
Siempre fui el más pediche.
Y el más comodón de mis hermanos.
El más adormilado pueblerino.
El muchacho más socrático, espontáneo.
Qué decir. Yo no sé de riquezas
ni de afanes ni si quiera de darme a entender
con tortuosas oratorias o exilios.
Mas nunca me propuse ser nadie.
Llegar a cumbre alguna. De habitar la poesía.
Si acaso me incorporé a la espantosa realidad
fue por el hecho de intentar confundir las soledades
la palabra, el desequilibrio horrendo del poeta
que nace a veces entre uno de nosotros.
El consejo fue abstraerse
no fumar como chacuaca emponzoñada
decantar ovillos
pisar alfombras huizapoles rumbo al campo
caminar enamorado hasta el atardecer
de cada paso. Y de cada día.
V
Soy el hijo más egoísta del barrio.
Me fui a la calle al cumplir catorce.
Elegí despertar antes que morir en el intento.
Camino en regresiones, sonámbulo y confeso
desde el fondo de mil noches anfitrionas.
Voy doliente, de hinojos, quebrantado.
Quiero confesar que ando desierto entre desconocidos,
que la voz corriente de los porqués me inicia a solas contra el
mundo,
que mis destierros caracoles van subiendo como yedras
a tientas por mi humanidad quemante escurridiza morena.
No uso más argucia que el pasaporte del silencio.
El oleaje de la juventud se escapa quejumbroso de mis playas.
Reconozco que fui un morro torpe y descuidado,
tan eficaz con la pelota que ahora mis rodillas
se quedan abstraídas, descifrando el enigma de la vida
todavía ilusionadas por abandonar la mina de las tristuras.
Los eucaliptos conocen mi hambriento secreto.
El hechizo de lo que fui a buscar viene por mí, me vence,
qué ironía, de un zarpazo, poseído por la duda.
La familia, carne de mi carne, camina presintiendo
que estoy salado y que sólo regresé a explicarles
lo que es ver morir a Dios en tierra de osos
con lágrimas viciadas
tras mi elegante traje de oficina encaramada en las estrellas,
porque me chingué la mercancía
de mi palomilla, «Los Calambres»
y no hay manera filial de procesar mis actos de rapiña
más que con miradas infinitas y preguntas.
Estoy dando tumbos bajo el aguacero de los desastres
con el rostro de «me voy a morir», desconsolado.
Mi Madre, que es de mármol y azul nocturno, abre la puerta,
me recibe embadurnándome un abrazo formal, que me disculpa.
Qué vergüenza.
¡Soy el hijo más egoísta del barrio!
VI
A veces es imposible ser un cordero,
cuidar la palabra vertida
y hacerle reverencia a los faltos de gracia;
alegar talento en cautiverio;
aplaudir a creadores pervertidos.
¡Ya me harté de los poemas!
¡De la duquesa de Job
y de estas líneas! Estoy harto de seguirme
de dolerme, de serme, de ser Yo Poeta por todas partes
desde otra perspectiva. De este vacío creativo que me invade,
de esta obsesión boba que alardea jaladas
con que —descarado— uso temas y consejos
en la orfandad más humillante de los nómadas bastardos.
Erigiré un muro vecinal con tanta soberbia acumulada en la
vejiga.
Seré otro, más esposo más espiga más directo
más dueño de la palabra picardía.
Seré el insecto que se reconoce en su envoltura
secundado por talleristas improvisos y secuaces,
el nigromante que esculca largamente en sus entrañas
al burócrata mediocre, al poeta abstemio, nihilista y vagamundos
como un depredador perfecto que no conoce la gula
tristeza, amor, melancolía, sólo de nubes
suspendidas fuera de su alcance.
Me iré en ascuas con esta grandeza intangible, redonda
sobre el lomo fiel de las distancias
hacia la luz de un cuerpo breve que dormita
y contiene el misterio de los hielos en sus labios epicúreos
para gloria de este juglar desconocido
que espera en diciembre
lo tundan con abrazos
VII
Es dura la vida, pero más quien la soporta.
La tarde huele a nixtamal y a frijoles de la olla.
No sé cómo los agentes de tránsito
aguantan tanto el hambre en los cruceros:
los van quebrando a cuenta gotas los espasmos.
Toca el verde. Nosotros
seguimos.
Ella me dijo un día
«No te preocupes de nada.
Sé curioso.»
Afuera la lluvia huracanada
azotaba el taxi de mi padre.
Yo, palabra en mano,
quebré con tirapompas el vidrio delantero
que le servía a él para bucear perlas y traer poesías
a la mesa. Supe entonces
del insomne andar de los viajeros.
Del soliloquio de las gotas sobre la lámina
de la cocina —sus huellas inauditas—
donde principió el verdadero sentido de la vida
y de cada paso. Y de cada día.
VIII
Después de todo
tengo mal tino para hacer que mi arte
los deje boquiabiertos
o haga que el lector se sienta igualmente inútil que
divino
declamador fiel de versitos que al rato
se le olviden.
[18]
IX
Mi caballo de hierro se ha cansado,
es una pila de chatarra ahora
en un depósito pinche del alma
adonde he venido a escribir
dos o tres o siete veces
con fervorosa pasión.
He amanecido crudo y estúpido y más flaco
que un diccionario o un modelo de calzones
en casa de No Sé Quién.
Me he dejado conducir hasta la sala de estar
por el resto de dos compas hechos tiras
que no paran de reír.
Veo su renegrida y tranquila imperfección,
el aquelarre de aguados, palimpsestos, afónicos,
discutiendo codiciosos el tiempo perdido de Dios
la región austral de lo sublime adonde vine a quedar
varado justo en medio del sillón.
Regurgito peces de oro sobre un librero
.
[19]
X
Los que antes nombraba tienen nombre:
son artesanos —chacas— del dolor ajeno;
son estatuas corruptibles, son buitres carniceros
son estrofas, presagios, brazaletes, garrafones
fabulaciones rebosantes de next post,
el margen de toda pitonisa que pregunta
para qué tanto curador.
La novedad en ésta, tu casa, Madre,
es que todo festejamos
en la hoguera.
XI
Recientemente te has vuelto el columpio de tus nietos.
Te permites la sinceridad a rajatabla de tu humanidad siempre
para acogerlos en tu seno protector, mudo cálido tranquilo
de noche intrusa que asciende azul oscuro en lontananza.
Te benefician los eternos años que no pasan para otros,
Madre del fuego, de las piedras, de los corazones abarrotes,
de los santos domésticos
de los templarios contradictorios, del silencio voraz que nos
transita,
de las abundantes plantas de tu patio verde
de tu casa que se quedó errática en el tiempo
porque no pudo soportar tanta maldita caliente dolorosa
crepúscula tristeza
los pasos imprecisos, la premonición de la muerte
que por envidia mal que bien nos merodea desde entonces
en ausencia del Todopoderoso del que huyes
para llorar a ratos entre tus rosales que amas tanto.
Qué puedo decir. Tienes condición de ángel ignoto
de laceración inquebrantable en continuo movimiento
de la sala a la cocina al cuarto tendederos platos sucios o al baño
en momentos duros de la vida
y de tus hijos.
Te siento agua que corre
con voluntad propia y se aparta
en la tristeza de la desesperación
como un cuerpo solitario que flota tembloroso
e incendia las sombras las flores los amorcitos al pie de la
ventana
y tu senil nostalgia.
XII
Están los que deben estar en esa última foto.
Nada nos detiene. Las experiencias hacen su frente.
Nuevas imágenes redimen las averías del naufragio
del que has salido a flote desde el fondo pantanoso
de esta charca mezquina que es la vida
con la pulpa de los huesos a flor de piel, oxigenada.
Resurges, a pesar de todo,
a través de un algodón florido en pleno estío
como simple homenaje del Creador del Universo
y sus libros espontáneos
y su mirada furtiva
y su pasar inerme
y su sol de siglos
y su palabra errante,
Madre de mi Guarda
y de mis devociones.
XIII
Te sientes viejo porque te sufre la ciática.
Porque ya no sigues el ritmo de tu crío.
De tu música atrapada en los noventas.
Fija en las páginas del fin del mundo.
Piensas silenciosamente en el fulgor dorado
que es ser de nuevo jovenzuelo.
Necio. La alegría era distinta al ritual de estar ahora
sentado lee y lee, con el tacto los zapatos los
muebles el cepillo.
Entonces te contraes, en vano, lastimero.
Tecleas, exaltado.
La historia a los cuarenta es más un equivocarse.
Una pausa al calendario.
A los parientes que por monotonía ya no buscas.
Estoy aquí, lejano, enfermo, luz, infante, inalcanzado.
He querido ponerme en tus zapatos varias veces.
Pero me tardo poemas que duelen y que sangran.
He intentado andar lo desandado.
El hombre que sabe llorar, que soy, se amodorra en tus orígenes
humildes, en perfecta posición fetal.
Se nutre de ti y recomienza
a escribir poesía.
[25]
XIV
Mi niño, un hombrecito delgado
me llega al corazón perfectamente.
Para él he construido
un nuevo testamento
y un avioncito ligero
un barquito ilustre
y un poema para lea en quince años,
pero él prefiere los domingos en mis hombros
las galletas y castillos
y sus amiguitos de la estancia.
Sueña apagar incendios
y pasarse los altos
por socorrer a un gatito en peligro
en lo alto de un árbol
solitario.
Su amor florece
entre las líneas de mis manos
como semilla en algodón
dentro de mí como en un frasco
transparente.
Verlo crecer, al sol, engalanado
el corazón me enternece me dispara me enloquece
el estar vivo y azulado.
Lo llamé plegaria, grito al cielo, llamarada.
Hay un hombre de nieve
—de agua y frutos combinados—
que lo esculpe a cada instante:
soy yo soy letras sus dibujos una pausa el eco
el aire la memoria soy todo y nada dos en
uno y música y racimos de palabras el gran
padre piel de pollo que escatima piensa en
espirales la poesía y se retracta de lecturas que
reinventan estos tiempos el lenguaje.
Tiene el rostro limpio de su madre, por fortuna
y el oleaje inquieto del abuelo
que la lluvia acumula en su traspatio
de manera muy graciosa. Ha llegado a mis días
porque así se lo pedí a Dios
un día como hoy hace seis siglos
para versificar por él un mundo
plagado de cariño, de trovas y esperanza.
XV
Me he hecho el valiente muchas veces
entre sueños afiebrados, alguna madrugada
a fuerza de creer de la noche las ausencias
en la quietud mordaz de mis adentros,
que si vivieras conmigo, como antes, con nosotros, Padre
tu palabra imaginaria, tus himnos antiguos,
con toda tu familia que te lee y que escucha tus corridos
favoritos
con idéntica zozobra
como si aquí estuvieras de nuevo soportando el viento
en estos versos también para mí desconocidos,
todos los hubieras los nuncas los jamases
serían inabarcables
para pedir disculpa a Dios por insolente
y decir te amo me haces falta no te vayas
con la vergüenza copada en la garganta
y un miserable lo siento
entre los dedos tartamudos
pero sólo existe un mundo
y es éste, el de los vivos
uno funesto, bandido, cicatero
donde no estamos de acuerdo todavía
con la savia, las tormentas ni las lluvias
aunque el dolor sea el mismo, igual de endeble
para ti, para mí y nuestra sangre
y la pérdida sólo tuya
y la razón velada
y la alegría extraña
y la muerte inquina
y la poesía ajena.
XVI
Un buen día
dejo el luto,
Madre mía,
y alzo el vuelo.
XVII
Hay en esta palabrería de borracho un
corro de prisas y de adioses y te quieros que
atragantan que moquean y que asfixian.
Juan Pablo Rochín